laCuerda Una mirada feminista de la realidad |
Año 7, No. 65 Guatemala, marzo/2004 |
editorial |
Orgullosas de ser mujeres |
entrada |
Más que emitir
voto y tener cédula (Laura E. Asturias)
Sumario noticioso |
la médula |
Liderazgo:
Un poder extraño (Gladys Acosta Vargas)
Llamado
a la Acción de Beijing +10
La
SEPREM: Logro del movimiento de mujeres (Wendy Santa Cruz)
"Nunca se ha tocado su
cosa..." (Ana Leticia Aguilar)
Un Estado democrático debe ser
laico (Paula Irene del Cid Vargas)
Por nuestra cuenta y riesgo (María
Eugenia Solís García) |
la paseante |
Cuentos de Claudia Navas Dangel
Trabajadoras de la cultura
(Anabella Acevedo)
En medio del lodo... (Andrea
Aragón) |
esta boca es mía |
"Donde acaban los
caminos": ¿Cine o realidad? (Carmen Álvarez)
Relato de un DJ (Fidel Celada
Alejos)
Cuidado con lo que deseás (Jessica
Masaya Portocarrero)
Ahuyentando el peligro (Andrea
Carrillo Samayoa) |
aquí y ahora |
Mitos y realidades de la CICIACS
(María Eugenia Solís García)
Nueva defensora indígena
Capacitación y acciones
Lideresas luchan por su comunidad
Defendemos nuestro activismo (Laura
E. Asturias)
Bordadoras de esperanza (Jacqueline
Torres)
Contra las tarjetas telefónicas de
COMCEL |
un viaje especial |
La región "ashanti" (Ledy
Orantes) |
sexo aniversario |
Seguimos dando Cuerda (Lucía
Escobar) |
Editorial—
Así nos sentimos al darnos cuenta
que a nuestro lado hay compañeras que trabajan arduamente por cambiar las
relaciones injustas a que estamos sometidas como género. Nos alegra encontrar
amigas y parientas que nos dan apoyo en las batallas que emprendemos y en las
aventuras más arriesgadas. Nos da valor y fuerza saber que hay miles que
padecen la más cruda miseria, y aun así son capaces de seguir esforzándose por
salir del abandono. En fin, nos da gusto ser quienes somos, reconocernos en las
otras y sabernos parte de un conglomerado de más de cinco millones de valerosas
guatemaltecas.
El siglo
pasado fue escenario de innegables transformaciones sociales. Mientras millones
de hombres se embarcaban y morían en guerras y conflagraciones, las mujeres
sostuvieron las familias, se procuraron autonomía y caminaron más allá de los
límites que el patriarcado les había impuesto. Conseguir el derecho al sufragio
no fue un hecho aislado; vale recordar que la lucha contra la esclavitud fue
protagonizada también por las mujeres. Lo mismo podemos afirmar de la
ampliación de los derechos humanos universales, de la liberación de las
ataduras culturales y en el avance de las ciencias. Esto muestra que no está en
nuestra naturaleza aceptar resignadamente la opresión.
Ahora que
en Guatemala el gobierno relanza los Acuerdos de Paz que pusieron fin al
enfrentamiento armado, consideramos necesario asumir posiciones críticas y
estar atentas a lo que se haga. No es válido que se invoquen esos acuerdos y no
se tomen las medidas pertinentes. Creemos que es fundamental ir a las causas
que provocaron que miles de personas cayeran víctimas de la violencia. Por ello
insistimos en que el Estado debe resarcir de manera seria y concreta a las
víctimas, no sólo con discursos o promesas, sino con políticas y recursos que
les faciliten recuperar una vida digna y les permitan salir adelante junto a
sus familias. Igualmente, nos unimos a las demandas político-sociales del
pueblo maya, que van más allá de tomar medidas cosméticas. El tema de la tierra
es prioritario y no se puede seguir soslayando o posponiendo. Nos preocupa que
con el Tratado de Libre Comercio se violen los derechos laborales de millones
de mujeres, se dejen de lado las políticas de protección ambiental, se vendan
todos los recursos de nuestro patrimonio y se nos fuerce como nación a adoptar las
políticas guerreristas de Estados Unidos. Ésta es la razón por la que nos
unimos a la convocatoria internacional de marchar el 20 de marzo contra la
invasión a Irak y la ocupación gringa de nuestros territorios.
La
publicación de una revista feminista en Guatemala no podría ser real de no
haber existido antes otros periódicos y libros hechos por mujeres que, desde su
tiempo y lugar, emprendieron el largo camino que tenemos por delante. Cumplir
con salir cada mes, a lo largo de seis años, es una tarea que hemos llevado a
cabo gracias a muchas colegas que han estado firmes en su acompañamiento, con
responsabilidad y entusiasmo. Desde quienes nos ayudaron a conseguir
financiamiento, hasta quienes hacen el aseo y el reparto; desde la familia que
ha soportado tensiones y ausencias, hasta quienes nos han cuidado y aconsejado;
quienes nos han leído y criticado; los hombres que se han atrevido a
involucrarse--cada una de esas personas ha dejado su impronta. Sería mucha la
gente a la que tendríamos que mencionar, así que siéntanse todas y todos
aludidos; reciban nuestro agradecimiento de corazón.
De
nuestra parte, refrendamos nuevamente los objetivos que nos propusimos al
inicio: dar a conocer el quehacer, pensar y sentir de las guatemaltecas;
analizar desde una mirada feminista esta realidad tan compleja; abrir espacios
para la discusión y difundir ideas e imágenes que contribuyan a ampliar y
consolidar la democracia con justicia social. Es cierto que las mujeres
modernas tenemos muchas más oportunidades que las abuelas, pero también es
verdad que nos quedan grandes problemas por resolver.
[índice]
Más que emitir voto y tener cédula*
Laura E. Asturias, laCuerda
Cuando se trata de la ciudadanía,
lo más común es pensar en la mayoría de edad y una serie de derechos que vienen
con ésta, como son, según nuestra Constitución, “elegir y ser electo”, optar a
cargos públicos y participar en actividades políticas.
Ciudadanía
también hace pensar en obligaciones, en la nacionalidad y el conglomerado
humano que habita un país. Asumirse ciudadanas puede dar a las personas un
sentido de membresía o pertenencia a aquello que les rodea; de derecho a tomar
decisiones y tener acceso a protección legal y justicia.
El
concepto tradicional de ciudadanía, originado en la teoría política occidental
sobre la democracia, se basa en la noción del individuo como miembro de una
nación-estado democrática que le confiere protecciones y le permite participar
en la vida pública y la toma de decisiones. El “auténtico ciudadano”,
inicialmente concebido como un guerrero capaz de pelear y morir por su país,
pasó a ser elector democrático y a partir del siglo pasado, como votante
consumidor, empezó a intercambiar contratos en el mercado.
Es fácil
apreciar por qué ese concepto tradicional resulta problemático para las mujeres
y ha dado lugar, especialmente en las últimas dos décadas, a una serie de
análisis feministas que lo desmenuzan para exponer las diversas formas en que
nuestro género ha quedado fuera de las bondades de la ciudadanía. Sabemos,
después de todo, que en muchas partes del mundo hemos estado marginadas dentro
de la democracia. Si hablamos del derecho al sufragio, éste es relativamente
reciente y todavía muchas mujeres votan desinformadas o bajo presión. Por otra
parte, somos las más afectadas por el militarismo y los conflictos armados
iniciados por hombres poderosos.
Un
problema adicional con el concepto de la ciudadanía universal es que se basa en
individuos neutros y abstractos, sin género, raza, clase, etnicidad o cualquier
otra relación social que indique que se trata de personas reales. Así, la
igualdad consagrada en la ley no considera que distintas personas tienen
necesidades diferentes y por tanto es ciega a las especificidades de las vidas
de la gente.
Por otro
lado, la economía neoliberal como modelo hegemónico que limita las funciones
del Estado y por ende las posibilidades de que éste atienda a las personas más
desfavorecidas, está restringiendo la capacidad de los y las ciudadanas para
exigirle cuentas al Estado y a las instituciones financieras internacionales
que imponen las políticas de ajuste estructural que afectan con mayor severidad
a las mujeres.
Tampoco
olvidemos que para los hombres el ejercicio de sus derechos ciudadanos sigue
siendo posible gracias al trabajo de las mujeres en la esfera privada, en el
hogar, lo cual dificulta que ellas participen en la política, pues el trabajo
doméstico y la generación de ingresos absorben su tiempo y energía, además de
que su autonomía es restringida por la autoridad masculina. Por ello las
académicas feministas afirman que no sólo los intereses de nuestro género han
sido excluidos: también las mujeres mismas hemos quedado físicamente marginadas
de la política, pese a los derechos políticos consagrados en la ley.
La no-ciudadana
Dados los múltiples significados
que la ciudadanía puede tener para distintas personas, y a falta de un concepto
abarcador en el que las mujeres nos sintamos incluidas, veamos algunas formas
sencillas en que se manifiesta nuestra exclusión de los derechos ciudadanos.
Resulta
que al llegar a los 18 años todavía estamos sujetas a una serie de condiciones
que nos impiden el ejercicio pleno de la ciudadanía.
Un hombre
“sale al mundo” aun antes de los 14 años, pero su hermana sigue guardada y
protegida en la casa a los 25, con menores probabilidades de superarse porque
el destino impuesto es que aspire a casarse y reproducirse.
A los 18
adquirimos el derecho a votar por alguien que se postuló a conducir el país,
pero podemos estar seguras que será un hombre para quien los derechos de las
mujeres (como también de otros con menos poder) tendrán muy poca o ninguna
importancia. Y quizás descubramos que el nuevo presidente deberá pagar todas
las facturas que les debe a ciertos grupos poderosos por haber apoyado su
campaña proselitista.
Ello
significa, entre otras cosas, que la igualdad y libertad de decisión que la
Constitución dice garantizarnos, y sobre todo si hablamos del ámbito sexual y
reproductivo, dependerán de una legión de fuerzas, a menudo ultraconservadoras,
que sistemáticamente nos impiden el pleno ejercicio de nuestros derechos
ciudadanos.
Como van
las cosas, la ciudadanía nos da derecho a heredar un mundo plagado de
problemas: severo deterioro ambiental, militarismo y racismo exacerbados,
además de fundamentalismos religiosos.
Afganistán
es buen ejemplo de cómo peligran los derechos ciudadanos de la mitad de la
población cuando no hay una clara separación entre Estado e iglesia y la
religión tiene preeminencia. Aunque el pasado enero se adoptó allá una nueva
Constitución que garantiza la igualdad de derechos y obligaciones de mujeres y
hombres, una de sus cláusulas estipula que “ninguna ley puede ser contraria a
las creencias y disposiciones de la sagrada religión del Islam”. Múltiples son
las formas en que esa norma puede ser aplicada para reprimir la
autodeterminación de las mujeres.
Enderezar el camino
Sin duda, las soluciones
comienzan por erradicar todas las formas de discriminación contra las mujeres.
Feministas que han estudiado estas problemáticas proponen cambios importantes
para revertirlas. Aquí destacamos algunas de sus sugerencias:
El pleno
ejercicio de los derechos ciudadanos requiere dejar de ver los intereses de las
mujeres como asuntos familiares o privados y considerarlos cuestiones públicas
(por ejemplo, la violencia en el hogar y la violación conyugal), además de
valorizar el trabajo doméstico como un aporte al bien común.
Las
luchas por los derechos de las mujeres y el activismo comunitario deben
considerarse políticos y hay que valorar las múltiples maneras en que ellas se
involucran y toman decisiones en las comunidades, las redes y asociaciones
informales. Después de todo, es este involucramiento lo que a menudo resulta
significativo para las mujeres, dada su falta de experiencia en la política
formal, sus compromisos familiares y las restricciones a su libertad de
movimiento.
Otra
importante recomendación, sobre todo en vista de la arremetida privatizadora,
es que las agencias donantes y actores estatales valoren y refinancien la
seguridad social, los cuidados infantiles y los servicios, enfocando las
necesidades de seguridad de las mujeres como parte esencial de los proyectos de
desarrollo nacionales y comunitarios.
En definitiva, la ciudadanía
implica mucho más que emitir el voto, tener cédula y pasaporte, postularte a
las elecciones o elegir a quien al fin de cuentas no va a representarte. Desde
aquí planteamos que es derecho de todas las mujeres participar plenamente en
las pequeñas y grandes decisiones que afectan nuestro diario vivir. Y
sostenemos que cada aporte, cada grano de arena que ponemos, es una importante
contribución a nuestra autoestima y al bien común de la nación incluyente y
equitativa que estamos construyendo.
* Este artículo se basa en el
informe “Género y ciudadanía”, de Shamim Meer y Charlie Sever, una publicación
de febrero del 2004 de BRIDGE, disponible en www.ids.ac.uk/bridge/reports_gend_CEP.html
[índice]
laCuerda
Coalición Mundial sobre la Mujer y el Sida — Esta iniciativa
fue lanzada recientemente con el objetivo de mejorar las condiciones sociales
de las mujeres y promover su acceso equitativo al cuidado y tratamiento de la
infección por VIH. Un estudio de ONUSIDA reveló que ellas son más vulnerables,
ya que disponen de menos recursos para protegerse y tienen menores
probabilidades de recibir tratamiento adecuado. Una de las apuestas de la
Coalición es buscar recursos para crear un microbicida vaginal efectivo.
Falta de reconocimiento — Pese a que las mujeres han
brindado aportes significativos al campo científico, aún se les dificulta
acceder a puestos de responsabilidad y poder, coincidieron académicas reunidas
en el Congreso Iberoamericano de Ciencia, Tecnología y Género realizado
recientemente en México. El evento se realiza desde 1996 para impulsar la
participación y reconocimiento de estas profesionales, así como establecer
estrategias que promuevan su presencia igualitaria.
TLC no protege a trabajadoras — El derecho de las trabajadoras a
no ser discriminadas no recibe la misma protección que otras garantías en el
terreno laboral, por lo que los gobiernos no podrán sancionar a las empresas
que abusen. Analistas manifestaron que esta situación provocará más atropellos
contra las mujeres, que se abarate su mano de obra y se agudice su condición de
pobreza.
Compromiso para disminuir muertes maternas — Ocho
agencias internacionales firmaron recientemente un compromiso para reducir en
un 75 por ciento la mortalidad materna en Latinoamérica y el Caribe para el 2015.
Cada año mueren 23 mil mujeres en la región por complicaciones durante el
embarazo y el parto, reveló un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo.
El 70 por ciento de guatemaltecas da a luz sin atención especial y hay quienes
ni siquiera tienen acceso a métodos anticonceptivos.
Contra la mutilación genital — El 6 de febrero se celebró por
primera vez el Día Internacional de Tolerancia Cero a la Mutilación Genital
Femenina. Esta práctica ha afectado a unos 140 millones de mujeres, con serias
consecuencias que van desde la pérdida del disfrute sexual hasta de la vida.
Amnistía Internacional llamó a los gobiernos a garantizar la protección contra
esta grave violación de derechos humanos.
Más beneficios que costos — Evitar que niñas y niños trabajadores
en el mundo sigan laborando y enviarles a la escuela para el año 2020
implicaría un costo aproximado de 760 mil millones de dólares y los beneficios
serían casi siete veces superiores. Dicho costo equivale al 20 por ciento del
gasto militar o al 9.5 por ciento del servicio de la deuda externa, indica un
estudio de la Organización Internacional del Trabajo. Se estima que la infancia
trabajadora asciende a 246 millones y más de la mitad está expuesta a riesgos
para su integridad física, mental y moral.
Reporte de violencia — Durante la última quincena de
enero y todo el mes de febrero, 120 mujeres fueron víctimas de violencia y
accidentes. Asesinadas fueron 35, entre ellas algunas torturadas y violadas;
cinco presentaban el tiro de gracia. Diez resultaron lesionadas por impactos de
bala, una fue violada y dos secuestradas. Tres padecieron intentos de
violación, a otra trataron de robarle a su hija, una intentó suicidarse, otra
fue amenazada y ocho están desaparecidas. En accidentes fallecieron 28, igual
cantidad resultó lesionada y dos fueron atropelladas.
[índice]
Gladys Acosta Vargas, representante de UNICEF en
Guatemala
Cada vez es menos raro ver a las
mujeres ocupando espacios reconocidos como importantes. Éstos pueden ser
formales o informales pero, de una manera u otra, reflejan una cierta cuota de
poder social. Los recorridos de nuestras historias revelan lo difícil que es
jugar un rol líder y, sobre todo, lo que nos cuesta aceptar y dominar el
ejercicio de reglas para la administración de ese poder, todavía extraño, con
el que tenemos, sin lugar a dudas, una relación ambivalente.
Considero
que el siglo XX abrió grandes oportunidades para las mujeres, pero aún estamos
viviendo complejos procesos de transición. La era de los derechos humanos puso
en discusión los aspectos manifiestos y ocultos de la discriminación contra las
mujeres, dejando ver los mecanismos excluyentes que nos confinaron al encierro
doméstico y a estar “entre bambalinas” mientras nuestros pares masculinos
dominaban el espacio público.
Nuestras
vidas testimonian este irreversible proceso histórico. Hay un entramado difícil
de distinguir entre nuestras historias personales y la evolución de las
sociedades en que vivimos. Por lo mismo, se nos hace difícil analizar fenómenos
en los que somos actoras directas.
Para
ilustrar lo que vengo afirmando, quisiera hacer alusión a lo que considero
prueba de fuego para quienes hemos descubierto la fuerza de ser mujeres compartiendo
verdades que nos abren las puertas del futuro, desde nuestras diversas
identidades.
Lucha interna
Cuando nos reunimos las mujeres a
conversar sobre nuestras historias, casi siempre saltan a la luz ciertas claves
de nuestros liderazgos. En primer lugar, sabemos que nuestro lugar en la
sociedad se deriva, por un lado, de nuestros méritos o esfuerzos y, por el
otro, del poder delegado de quienes nos han permitido ocupar ciertos espacios.
En otras palabras, nos lo ganamos o nos lo dieron. Pero ése es sólo el comienzo
de la historia. Una vez que llegamos a “ese lugar” de liderazgo, recién empieza
la gran batalla. Nosotras mismas tenemos un enorme temor a hacer uso del poder
que nos es conferido. Inicia así una lucha interna de la que podemos salir
perdedoras si no logramos entender las claves fundamentales.
Quisiera
referir una maravillosa experiencia de formación entre mujeres con algún cargo
de responsabilidad en la que participé hace unos años. Nuestra monitora-maestra
era una mujer ya mayor, con amplio recorrido en la formación de mujeres
líderes, quien nos tomó de la mano y nos condujo a través de nuestros propios
pensamientos para descubrir nuestras propias barreras, única forma de saltar
los obstáculos sociales cuya visibilidad es fundamental pues, de lo contrario,
nos tropezamos sin saber por qué. Lo más grave es que vivimos esos tropiezos
como si fueran una serie de “errores” y así se alimenta un ciclo de confusión
culposa cuyo resultado es el debilitamiento de nosotras mismas en nuestros
roles de dirección.
Para evitar las trampas...
Lo central es construir una
identidad de “mujer-líder” que no pretenda esconderse detrás de la
“mujer-niña”, tan bien aceptada en el mundo dominado por las reglas
discriminadoras. La clave central está en la relación con nuestras propias
madres. Por más extraño que nos parezca, para evitar las trampas es necesario
sacar a flote a nuestras madres en nosotras mismas; de lo contrario nunca
sabremos realmente quiénes somos porque ellas marcaron de manera definitiva
nuestra identidad. En general, hemos recibido más crítica de nuestras madres
que nuestros hermanos varones y eso, querámoslo o no, nos ha hecho más
vulnerables. Para poder dirigir y liderar, es fundamental reconstruir el
diálogo interno con la madre (presente o ausente) y, a partir de ese sólido
apoyo, enfrentar esas estructuras invisibles que nos inducen a creer que el
error está siempre en nosotras.
Lo que sí
es innegable, a inicios del siglo XXI, es que las sociedades democráticas
contemporáneas no podrán ir muy lejos mientras no se logre construir el
liderazgo de mujeres en toda su diversidad. Salvo mejor parecer.
[índice]
Llamado a la Acción de Beijing +10
laCuerda
En el 2005 se cumplirán 10 años
de la firma de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, aprobadas en
la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995). El Comité de
América Latina para la Defensa de los Derechos de las Mujeres (CLADEM) informó
que se están realizando actividades donde se evalúa su grado de aplicación.
La
Declaración comprometió a los gobiernos a adoptar medidas para erradicar la
discriminación de género, promover el reconocimiento social del papel de las
mujeres y garantizar el ejercicio de sus derechos humanos. En el 2000, durante
una sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas (Beijing +5), se concluyó
que las metas y compromisos planteados “no se habían cumplido ni logrado”
plenamente.
Leyes discriminatorias
Uno de los objetivos de la
Plataforma de Acción es “garantizar la igualdad y la no discriminación ante la
ley y en la práctica”, especialmente: “...revocar cualesquiera leyes restantes
que discriminen por motivo de sexo y eliminar el sesgo de género en la
administración de justicia” [Párrafo 232 (d)].
Este
mandato no ha sido cumplido. En algunos países mantienen leyes que vulneran los
derechos humanos de las mujeres, como códigos penales que permiten a un
violador o abusador librarse de castigo por medio del casamiento con la
víctima.
Los
países que aún conservan esta norma en América son: Uruguay, Brasil, Argentina,
Nicaragua y Guatemala. En este último, el Artículo 200 del Código Penal
establece la eximente de responsabilidad penal por matrimonio subsiguiente
siempre que la víctima sea mayor de 12 años.
Plataforma de Beijing y Acuerdos de Paz
En Guatemala, los Acuerdos de Paz
incluyeron acciones específicas para erradicar la discriminación de género,
pero éstas siguen pendientes. Aunque en su último informe la Misión de
Verificación de las Naciones Unidas (MINUGUA) sólo hace mínimas observaciones a
tales incumplimientos, cabe resaltar que la falta de cumplimiento de las
medidas a favor de las guatemaltecas constituye una violación a los Acuerdos de
Paz y a los compromisos internacionales contenidos en la Plataforma de Beijing.
Así las
cosas, la Declaración mundial -asumida por el Estado guatemalteco- significa,
en términos concretos: aprobar las reformas a la ley electoral y de partidos
políticos; eliminar la discriminación en el acceso a la tierra y otros recursos
productivos; reconocer a la trabajadora agrícola para efectos de valoración y
remuneración; promover la capacitación laboral de las mujeres; tipificar el
acoso sexual como delito; legislar para defender derechos de las trabajadoras
de casa particular, entre otras acciones.
Si los
poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial del país siguen ignorando estos
compromisos, corresponde a las guatemaltecas denunciarlo a nivel internacional.
Protocolo Opcional de la Convención de las Mujeres
El Protocolo es una herramienta
que permite presentar a un comité específico denuncias individuales o
colectivas y/o pedidos de investigación por violaciones a los derechos
protegidos por la Convención para Eliminar Todas las Formas de Discriminación
contra la Mujer (CEDAW), que a su vez se concretan en la Plataforma de Acción
de Beijing.
[índice]
La SEPREM: Logro del movimiento de mujeres
Wendy Santa Cruz, laCuerda
A tres años de su creación, la
Secretaría Presidencial de la Mujer (SEPREM) se perfila como la instancia que
va formando las bases para lograr la institucionalización de políticas que
promuevan el avance de las guatemaltecas. Su establecimiento es producto de
años de lucha del movimiento de mujeres, cuya participación en la grilla* no ha
estado exenta de conflictos. Quizá por ello el movimiento dejó temporalmente de
ejercer presión social al Estado para que cumpla los compromisos contraídos y
se concentró en el proceso mediante el cual se elige a la nueva titular.
El proceso y los costos
En la última década, diversas
expresiones organizadas de mujeres han obtenido espacios de presencia e
interlocución política. Debaten y aportan propuestas en discusiones nacionales
sobre temas sustantivos; también han concretado la creación de mecanismos para
impulsar el desarrollo de las guatemaltecas.
El
ejercicio de su ciudadanía no ha estado libre de marginación, desgaste y
descalificación. Un Estado patriarcal es desfavorable para la práctica política
de las mujeres, cuyas luchas y experiencia adquirida apenas comienzan a ser
visibles.
En los
años 90 se desarrollaban planteamientos respecto a la construcción de un poder
más equitativo a partir del fortalecimiento de la sociedad civil (Sector de
Mujeres, 1995). El trabajo de los grupos se orientó más a construir la
ciudadanía y cobraron auge el tema de la incidencia política y la necesidad de
que las mujeres participen como actoras en el Estado (Ana Silvia Monzón, 2000).
“En 1999
diferentes coordinaciones elaboramos una agenda mínima para negociar con los
candidatos presidenciales”, comentó Marta Godínez, del Sector de Mujeres. “Una
de nuestras demandas era la creación de un ente rector de políticas públicas,
específicamente el Instituto Nacional de la Mujer”.
Esa
iniciativa no prosperó en el Congreso durante el gobierno del Frente
Republicano Guatemalteco (FRG): el Ejecutivo propuso la creación de una
Secretaría. Sólo algunas organizaciones la apoyaron e incidieron en el
contenido del acuerdo gubernativo que le dio vida como instancia asesora y
coordinadora de políticas públicas a favor de las mujeres.
El
génesis de la SEPREM y sus primeras gestiones fueron vistos con desconfianza
debido a la figura del líder del entonces partido oficial, Efraín Ríos Montt.
“Para el Sector y otras instancias, asumir el reto trajo consigo desgaste pues
en ocasiones se nos vinculaba con el FRG o nos veían como las que habíamos
traicionado al movimiento”, expresó la activista.
Con la
elección de la titular y el rumbo que tomó la institución se crearon ciertas
expectativas y creció la confianza. La opinión hacia la SEPREM cambió y se
generalizó la idea de que podría establecer las condiciones para instituir el
ente rector.
Logros y dificultades en el camino
Representantes del movimiento de
mujeres coinciden que en una primera etapa (2001-2002) la SEPREM se ocupó de
crear condiciones a nivel institucional. “Este período fue crucial; tanto la
titular como su equipo de trabajo tuvieron la difícil tarea de constituir algo
que no existía”, manifestó Mariel Aguilar, de la Mesa Intersectorial de Diálogo
sobre Cultura de Paz y Reconciliación. “Debemos verla como una etapa histórica
porque es la primera vez que a nivel de Estado se tiene una instancia dedicada
específicamente a la definición y vigilancia del cumplimiento de las políticas
orientadas a lograr la equidad para las mujeres”, agregó.
Lily
Caravantes, primera titular de la SEPREM, considera que constituir dicha
instancia era la oportunidad de concretar el fortalecimiento de la institucionalidad
de la mujer en el Estado, necesidad que percibió al trabajar en el sector
público y la cooperación internacional. “En muchas oportunidades la asesoría
que se brindaba a las instituciones no lograba avanzar lo suficiente y
disminuir la brecha entre nosotras y el Estado”, expresó. “El compromiso de
consolidar un ente que lo hiciera factible me hizo aceptar el reto”.
Entre los
logros de la SEPREM diversas activistas mencionan: poner en el debate público y
a nivel estatal el tema de género, mantener su independencia política y
administrativa, incidir en políticas y leyes nacionales, apertura de espacios a
nivel intersectorial. Otros resultados son haber iniciado la conformación de la
plataforma estatal de la mujer y el Consejo de Ministras de la Mujer de
Centroamérica.
“Los
compromisos de facilitar una estrategia para la implementación de la Política
Nacional de Promoción y Desarrollo de las Guatemaltecas y promover los
mecanismos necesarios para la creación del ente rector están aún pendientes de
ejecución por parte de la Secretaría”, afirmó Giovana Lemus, representante de
la Red de la No Violencia contra las Mujeres.
Para
Marta Godínez, una debilidad relacionada con dicho incumplimiento es que la
SEPREM, además de haber dedicado un tiempo significativo para fortalecerse
internamente como cualquier institución incipiente, no definió con exactitud
los mecanismos de interlocución con el movimiento de mujeres y este no asumió
articuladamente cómo daría seguimiento a puntos estratégicos de las políticas públicas.
“La Secretaría se quedó demasiado sola; el movimiento no la acompañó. Necesita
mayor respaldo, crítica y autocrítica”, agregó Alicia Rodríguez, feminista
integrante del Comité Beijing. Otras dificultades señaladas fueron el bajo
presupuesto asignado y aún no ser convocada para integrarse al Gabinete Social.
Lecciones aprendidas y nuevos retos
Entre todos sus avances y
dificultades, este proceso ha generado una rica experiencia política para el
equipo que conforma la SEPREM y el movimiento de mujeres. El primero ha tenido
que ocuparse de formar las bases a fin de que la política pública encuentre
tierra fértil para cumplir sus metas y así transformar el actual Estado
patriarcal en uno incluyente. Un reto es lograr mayor fluidez en este proceso.
Por su
parte, el movimiento logró visualizar algunas de sus debilidades. Aunque sus
diversas expresiones han avanzado en su coordinación, son conscientes de que
faltan mayores esfuerzos para accionar de manera articulada y que la coyuntura
no las tome por sorpresa, sin prioridades definidas y estrategias para
responder a ésta. Aún tienen que dedicar tiempo y esfuerzo para legitimar los
procesos que han ido construyendo por años para fortalecer la democracia. Esto
en ocasiones les ha producido división y desgaste, por lo que han valorado más
la importancia de un manejo pertinente de la información. Entre sus retos está
hacer que la grilla trascienda los partidos políticos, períodos de gobierno y
el esquema Estado-sociedad civil para construir nuevos marcos de relación y
avanzar en la construcción de ese nuevo poder incluyente que ha planteado.
“Las
mujeres estamos en un proceso cada día más fundamentado, quizá no exento de
contradicciones como todo movimiento en este país, pero capaz de sentarse a
dialogar y ponerse de acuerdo sobre temas fundamentales”, aseguró Alicia
Rodríguez.
“Por
supuesto que nuestras pretensiones pueden ser más ambiciosas y amplias”,
concluyó Mariel Aguilar, “pero éste es un primer nivel de lo que podemos
alcanzar dentro de las estructuras del Estado”.
* Intriga, confabulación, acción política.
Referencias
Monzón,
Ana Silvia. “La participación política de las mujeres en Guatemala”. Ensayo
elaborado para la Red de Mujeres por la Construcción de la Paz. Guatemala,
2000.
Sector de
Mujeres, Asamblea de la Sociedad Civil. Documentos de Consenso. Guatemala,
1994-1995.
[índice]
“Nunca se ha tocado su cosa...”
Ana Leticia Aguilar, guatemalteca, socióloga feminista
Nos sentaron a todas en un banco
de lodo,
escribieron la historia,
borrándonos del todo.
Nos quemaron cuando brujas,
cuando sabias sanadoras.
Inventaron morales de corsé y
crucifijos.
Manipularon a antojo lo sagrado y
divino.
Diseñaron, controlaron ciencias,
leyes y destinos...
Usaron nuestros cuerpos cual
fábricas de hijos,
Se erigieron los reyes, soberanos
del juicio,
Resumieron nuestros sueños a ser
sombra de sus vicios.
—Claroscuro
Justo antes de sentarme a
escribir estas letras, recuerdo el testimonio que me dio una mujer mayor,
comadrona, hace ya algunos años:
“La Juana
no, nunca se ha tocado su cosa. No sabe cómo la tiene ni por qué le duele y le
huele feo. Dice que cuando le vino su regla la primera vez, su mamá de ella no
le había dicho nada, que la mandó a acostarse y ponerse un trapo entre las
piernas, porque la Juanita no usaba calzón de chiquita. Ella siempre me ha
llamado cuando ha tenido sus hijos, para que yo la ayude con los partos. Ya van
cinco con el que está esperando. Yo le hablo, seño, le digo que debe cuidarse,
lavarse, ir al doctor o venir conmigo; pero a ella el marido no le da permiso
de salir mucho y menos de ir al centro de salud, y si se entera que fue en
escondidas, la somata. Una vez me contó que él llegó bien bolo, y como duermen
todos en el mismo cuarto, ella trata de que él no haga mucha bulla para que no
despierte a los patojos; dice que la agarró a la fuerza, que se la metió por
atrás también y no le importó, y que desde esa vez a ella le arde y le duele
mucho la cosa...” (Doña Chica, mujer kaqchiquel, comadrona de Patzún).
Cuando lo
veo desde mi escritorio, rodeada de libros y en retrospectiva, parece
exagerado. El relato tal vez está ubicado en el extremo de la realidad, pero
forma parte de la historia de nuestros cuerpos cautivos, de esta sexualidad
nuestra, escindida y enajenada.
Todo lo que se asocia a nuestros
cuerpos de mujeres está marcado por signos, por sistemas de representación
social sobre la sexualidad, la procreación y el papel que jugamos en la
sociedad. Las relaciones entre los cuerpos (el de las otras y los otros, el
tuyo, el mío) están regidas por lógicas de articulación de relaciones sociales
basadas en la opresión, subordinación, explotación, violencia. Todas obedecen a
la relación que se establece entre lo individual y lo colectivo, lo íntimo y lo
público, el yo y el otro. Esas lógicas definen cómo las mujeres nos
relacionamos sexualmente y nos reproducimos; configuran el imaginario
colectivo, los patrones de crianza, lo permitido y lo prohibido en relación con
nuestros cuerpos y la vida sexual.
Juanita
nunca se ha tocado “allí” porque se lo prohibieron, porque aprendió que era
pecaminoso, sucio, indebido. O porque nunca nadie le habló sobre ello. Las
ideas que subsumen la sexualidad en el hecho reproductivo, que promueven un
solo tipo de familia, heterosexual y monogámica, que vinculan el ejercicio de
la sexualidad con el pecado y actos “contrarios a la naturaleza”, son las que
configuran los distintos sistemas de representación que tenemos al respecto en
este país. Y en ese marco también, producto de la esquizofrenia colectiva,
todas las mujeres somos putas, mientras no seamos las madres de sus hijos o de
ellos.
Existe
una enorme diferencia entre lo que ocurre en la práctica social, legitimado por
el discurso social, y la experiencia vivida por nosotras. La socióloga
nicaragüense Nelly Miranda reafirma que “el ideal de sexualidad imperante en
nuestra cultura es un modelo procreativo, monogámico, heterosexual y
penecéntrico, heredado del paradigma sexual erigido durante la colonia”.* Esa
afirmación puede generalizarse y aplicarse a Guatemala.
El ámbito
de lo sexual es un territorio encriptado, subterráneo, casi reptante. De esa
cuenta, no existe un estatuto jurídico “formalmente aceptado” al respecto. Pero
si analizamos detenidamente, podemos ver que el marco internacional de los
derechos humanos reconoce la vida, la libertad, la autonomía, la dignidad, el
libre desarrollo de la personalidad, la igualdad y la salud a todos los seres
humanos, mujeres y hombres. Hasta ahora, la sexualidad se ha colado pálidamente
por la rendija de los derechos reproductivos y eso ha sido positivo para el
avance de las mujeres. Pero la sexualidad es mucho más que la reproducción y
diferente.
En
Guatemala, los derechos reproductivos se han empezado a integrar a la
legislación nacional, a través de la Ley de Desarrollo Social, aprobada en el
2001. De los derechos sexuales: está todo por hacerse. Esa Ley fue posible
(como siempre) gracias al trabajo de un grupo de feministas que decidieron que
no podíamos seguir permitiendo la pérdida de más mujeres por mortalidad materna
(tenemos el primer lugar en Centroamérica). Falta su implementación práctica,
la asignación de recursos, su institucionalización en el Estado.
Disfrutar
de la sexualidad como otro ámbito posible de la vida; decidir libremente
nuestras prácticas sexuales y elegir la pareja que nos plazca; formar en
libertad una familia a la altura de nuestros deseos y decidir sobre su
estructura como mejor nos convenga; no estar sometidas a la violencia sexual;
decidir con quién queremos tener relaciones sexuales; expresar con libertad
nuestra orientación sexual; dar y obtener placer a través del cuerpo y conocer
cómo funciona, sus distintos ciclos, su forma; decidir tener hijos o no,
cuántos, cómo y con quién; contar con información suficiente y a tiempo para
una sexualidad segura... ¿parece poco y sin importancia?
Todos los
aspectos anteriores son ámbitos soberanos de la vida individual que no deberían
estar sujetos a definiciones e imposiciones basadas en significados religiosos.
El viejo eslogan feminista “Mi cuerpo es mío” nos invita a des-enajenar el
cuerpo y la sexualidad, a asumir la vivencia del cuerpo en libertad y el
ejercicio de una sexualidad segura y libre de prejuicios, porque sin ello no
seremos nunca ciudadanas de ninguna categoría. El ejercicio de la sexualidad es
el más próximo e inmediato de la ciudadanía de las mujeres. Nos toca hacerlo
valer colectivamente.
La
energía sexual es natural, pero la sexualidad es construida históricamente. Tal
vez cuando entendamos y asumamos eso, doña Chica pueda decir que sí, que
Juanita sí se ha tocado la vulva y que sabe por qué le duele y le huele mal. Ya
es hora.
* Montenegro, Sofía. “La cultura sexual en
Nicaragua". Centro de Investigaciones de la Comunicación (CINCO).
Nicaragua, 2000.
[índice]
Un Estado democrático debe ser laico
Paula Irene del Cid Vargas, laCuerda
En Guatemala todavía tenemos que
introducir discusiones para ir dibujando nuestro paradigma de desarrollo. Me
refiero a la secularización como condición para construir un Estado
democrático. Si bien el principio de separación entre el Estado y la iglesia se
inició unos 300 años atrás, desde la jerarquía eclesial es muy reciente: hace
apenas 37 años fue aceptado con la “Declaración sobre la libertad religiosa”
del Concilio Vaticano II. Durante más de 17 siglos imperó la creencia que la
ley civil debe adecuarse a las enseñanzas morales de la iglesia.
El Comité
de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer
(CLADEM) ha reflexionado sobre ello y nos aclara que el término “laico” es muy
cercano al de soberanía popular, no se opone a lo religioso ni a las
espiritualidades expresadas en religiones escritas u orales, sino a las ideas
teocráticas de la política (“gobierno en nombre de dios”) y al autoritarismo de
los dogmas que se pretende imponer como verdades universales para todos -- y
especialmente para las mujeres. Se plantea que las creencias religiosas no se
anteponen a la formulación de políticas públicas y leyes nacionales e
internacionales.
Hay dos
consideraciones al respecto. Un Estado laico no es neutral (aconfesional), ya
que debe intervenir para ubicar las creencias en el ámbito privado, aunque los
creyentes y sus organizaciones puedan tener manifestaciones en el espacio
público. En el Estado laico las religiones se sometan a las leyes comunes.
El
reclamo desde el feminismo por la plena vigencia de un Estado laico se
relaciona con el derecho a la salud reproductiva y a la libertad de decisiones
sobre el propio cuerpo, que incluyen el derecho al aborto seguro. También a la
libertad de opinión y la libertad personal, el derecho a la intimidad, el
respeto a la diversidad cultural y religiosa y a la autonomía personal. El
feminismo desafía críticamente todos los aspectos de la vida que pueden ser
afectados por el hecho de que el Estado sea manejado o influenciado por
sectores religiosos. Las feministas insistimos en la necesidad de
secularización como una corriente contra los fundamentalismos y requisito para
la democracia moderna.
Hace seis
años el Movimiento de Niñez y Juventud veía cómo la aplicación del Código de la
Niñez se neutralizaba. Las que habíamos participado en un proceso de Consulta
sobre Salud Reproductiva a fin de sentar las bases para elaborar políticas al
respecto, observamos con impotencia cómo fueron engavetadas todas esas ideas
que recolectamos en la mitad del país. Sabemos que detrás de este freno estaba
presente el pensamiento religioso de los que entonces nos gobernaban (Arzú y
compañía).
En el
siguiente gobierno -algunos dicen que por el caos del mismo- se introdujo la
Ley de Desarrollo Social y hubo ciertos cambios en el Ministerio de Salud
Pública con la creación del Programa de Salud Reproductiva, quitando el
trasnochado concepto de “salud materno infantil” del nombre de éste. Sin
embargo, algo más que el nombre hay que cambiar, porque siendo la salud una de
las cenicientas presupuestarias del Estado, las guatemaltecas siguen muriendo
por embarazos. Atisbos de laicidad, tal vez.
Esperamos
que los nuevos gobernantes recuerden separar sus creencias. Aunque éstas valen
como tal, no pueden convertirse en políticas públicas para todos los habitantes
de un país. Ello atentaría contra el principio de libertad de cultos al violar
el debido respeto a la diversidad cultural; también porque las políticas
públicas deben tener como base las necesidades de toda la población y su diseño
requiere otros elementos, como estadísticas, análisis de tendencias, costos,
etc.
Así que
nos preguntamos: el actual gobierno, de corte conservador, ¿qué tan laico y
democrático va a ser?
Bibliografía
Calle
Rivaz, Ivana. “Estado laico, cuestión de vida para la democracia”. Católicas
por el Derecho a Decidir-Bolivia.
Comité de
América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer
(CLADEM).
[índice]
María Eugenia Solís García, laCuerda
¿Dónde y cuándo nos sentimos
seguras las mujeres? Van quedando pocos espacios y momentos en que nos podamos
sentir tranquilas y protegidas. En Guatemala transitamos en la vida por nuestra
propia cuenta y riesgo. El Estado es incapaz de proveernos la seguridad. Veamos
por qué.
La
seguridad democrática es generada por la capacidad del Estado de promover
condiciones de bienestar para la sociedad, mitigando las vulnerabilidades que
la afectan y que limitan el bienestar general. ¿De qué bienestar podemos hablar
las mujeres con los indicadores en salud, educación, trabajo y vivienda?
Por otro
lado, lo que califica la existencia de una situación de seguridad o inseguridad
es la presencia o ausencia de una política efectiva destinada a contener o
detener riesgos y amenazas. Una condición de seguridad se da cuando la existencia
de riesgos o amenazas al bienestar es establecida, neutralizada o
contrarrestada mediante la acción de las políticas del Estado en materia de
seguridad.
Al
contrario, una condición de inseguridad destaca la existencia de riesgos o
amenazas contra los cuales no se dispone de medidas efectivas que los
contrarresten. En realidad, en este país todo puede suceder y que se salve
quien pueda. Cada una debemos velar por nuestra propia seguridad. La seguridad
se ha convertido en un asunto privatizado. Lo mismo que el derecho a la memoria
y la verdad.
Sálvese quien pueda
Invertimos muchísima plata para
convertir nuestras viviendas prácticamente en fortalezas. Hay comités de
vecinos por todas partes colocando garitas y talanqueras que, lejos de
asegurarnos la inviolabilidad de nuestro domicilio, lo que hacen es violar el
derecho a la libre locomoción de las personas en la ciudad. Las colonias se han
vuelto verdaderos laberintos. Aun así, nadie nos asegura que los rateros no nos
pongan.
Nos
protegemos contra extraños; sin embargo, para miles de mujeres, sufrir
manifestaciones de violencia a manos de sus convivientes es el pan nuestro de
cada día. Ni hablar del maltrato infantil. El sistema es incapaz de dar una
respuesta a esos riesgos y amenazas. Las campañas preventivas contra la
violencia son inexistentes. Lo que es aún peor, suceden hechos de violencia y
la respuesta de las instituciones de justicia es más impunidad.
Ante esta
situación, ¿qué toca? Pues seguir exigiendo que el Estado genere políticas de
seguridad y las ejecute... por supuesto, sin el ejército. Ése, que cuide las
fronteras, que buena falta les hace a los habitantes que colindan con Belice.
Necesitamos bienestar y vivir seguras. Urgen campañas para erradicar la
violencia contra las mujeres. Queremos juicio y castigo a los maltratadores.
Pero mientras esto sucede, ¡pilas! Nos merecemos un amoroso y solidario
conviviente. A un maltratador, ¡aléjalo, san Alejo!
[índice]
Cuentos de Claudia Navas Dangel
Guatemalteca, periodista
Cuenta los pasos, dos, tres,
cinco, nueve, cien... La luz se enciende y el rojo ilumina ese aparato que
cuelga de un cable sobre la avenida. Naranjas en mano se detiene en el centro y
empieza a lanzarlas hacia arriba. Unas regresan a sus pequeñas extremidades
superiores, otras caen y se pierden entre las llantas de los carros que como
toros esperan embestir el espacio tapizado de cemento en cuanto la luz se torne
verde.
Cada
naranja que cae ocasiona un movimiento en sus pupilas. No muy lejos de ahí,
justo donde el león de los seguros se impone en el arriate, hay alguien que la
observa con desaprobación.
Unos
segundos antes de que el semáforo indique a los pilotos que avancen, esa
pequeña formación de carne y hueso, más lo segundo que lo primero, con el pelo
parado y pegajoso y la cara embadurnada en pintura roja, marca Darosa, corre
hacia las ventanillas de los autos con la mano extendida.
Algunas
se abren, otras se cierran; en varias se observa un movimiento de cabeza de
izquierda a derecha, en otras ni siquiera eso, la boca gesticula un NO con
similares movimientos horizontales. Una o dos fueron las que, a riesgo de ser
linchadas por los bocinazos de los carros que querían avanzar con el cambio de
luz, buscaban en algún lugar una moneda.
Por fin
arrancan, dejando esa pequeña mano extendida, esperando a que de nuevo la luz
del semáforo se ruborice, y así iniciar otra vez su improvisado montaje circense,
unas veces las naranjas, otras veces unas piruetas, casi piruetas; quizá más
adelante, escupidas de fuego, pero eso sólo cuando la noche apremie.
Cada
naranja cuesta un quetzal, al menos eso le cuesta a ella, y no tiene un
quetzal, ni siquiera quince centavos. Lo recaudado en la tarde es para la dueña
de esa mirada, esos ojos empotrados en un cuerpo obeso que se despliega al pie
del león de la aseguradora en el arriate de en medio.
Hay que
descontar también lo del crayón de labios rojo coral, con tiquete de la
Despensa Familiar color amarillo por Q4.75.
Y ya
cuando sus pies parecen no contar sus pasos, tres, ocho, dieciséis, noventa y
cuatro, la tomarán por un pedazo de tela del desgastado vestido, la subirán en
una camioneta, y luego se perderá entre los callejones oscuros de algún lugar
de la Zona 5, se postrará en el petate, color Café Incasa diluido en un litro
de agua, y cerrará sus ojos, tratando de soñar con que el león, ése de la
aseguradora, del arriate de en medio, de la Avenida Reforma, donde se sienta
siempre su madre, vuela, y se despertará por ratos porque los ojos, los de
ella, la que observa, la miran fijamente, mientras caen las naranjas entre las
ruedas de los autos que como toros esperan embestir el espacio...
Tengo la impresión de que hoy
debí quedarme en mi casa. No salir. Llamar a la oficina por teléfono, hacer
sonar mi voz constipada y fingir un par de estornudos. Regresar a mi cama, aún
tibia, perderme en ella y llamar de nuevo al sueño con un bostezo, dormir a pierna
suelta o apretada, pero dormir un par de horas, o quizá cuatro. Luego
levantarme, empijamada hurgar la refrigeradora y comer por gusto, más que por
hambre o nutrición, regresar a la cama con un sandwich empapado de mostaza, un
vaso de jugo, prender la tele y reírme de nuevo con los mismos programas de
siempre, los de la programación matutina del Warner, o tal vez poner el tres,
regresar a mis tiempos de infancia y mirar la hormiga atómica, lindo pulgoso, y
reírme, reírme como tonta, y no de las caricaturas sino de mí y mi regresión a
esos años en los que nada me preocupaba, o casi nada. En los que creía que
Supercán podía rescatarme a mí también y que los gatos hablaban, años en que el
Chavo del Ocho era mi máxima ilusión y la culminación perfecta de mi tarde,
tiempos en los que San ko kai era la única serie en la que monstruos
gigantescos querían destruir el mundo y mis sueños.
Pero no,
la responsabilidad me llama. Siempre he sido así, desde pequeña, nada de faltar
al colegio. Quizá me pierda de algo interesante, y lo único gracioso de la
mañana fue el pelotazo que recibí cuando salí a recreo y que me dejó dos horas
en la enfermería mientras mi mamá llegaba por mí. O aquella ocasión en la que
hicieron un examen sorpresa y me anularon la prueba por intentar darle copia a
la compañera de al lado. O peor aún, el día en que el bus chocó y mi tercer
diente de leche salió expulsado de mi boca provocando una hemorragia que tiñó
mis pulcrísimos libros de idioma español. O el día de la excursión a
Esquilandia, cuando Paco, mi compañero de clase, vomitó toda la refacción sobre
mi lindo pants azul. Mejor me hubiera quedado en casa, y lo pensé, lo pensé
muchas veces.
Lo mismo
me pasó más adelante. Algo me decía que no fuera ese fin de semana a Pana. El
sueño era tan pesado que mis ojos no querían abrirse, pero no, ya había
quedado; me levanté aún dormida y empaqué mis cosas. Para qué, llovió todo el
día, la bruma cubrió el paisaje y para colmo no pude entrar a mi habitación a
dormir por exceso de ocupación; para colmo, al regreso aprendí cómo pueden
acomodarse ocho personas en una fila de asientos para cuatro, y descubrí nuevos
aromas jamás imaginados por xxx en su aventura del perfume. Algo me lo decía:
duérmete de nuevo...
Y ahora
que mi ser intuitivo empezó de nuevo a comunicarse conmigo diciéndome “no
vayas”, llegó a la oficina y espero pacientemente el elevador junto a otros
tantos. La puerta se abre, entro en ese reducido espacio, marco el número 16 y
justo unos segundos después la luz se apaga, se escuchan unos gritos y el mismo
se detiene, y pasan los minutos, las horas y nada. Pareciera que esa alarma no
funciona. Sabía que no debía venir a trabajar. Sabía, mientras recordaba todo
lo ocurrido anteriormente, que no era un día adecuado para salir a la calle, y
justo cuando empiezo a prometerme que la próxima vez será todo distinto y que
obedeceré a mi instinto de conservación, descubro que ya no habrá próxima,
porque...
[índice]
Anabella Acevedo Leal, laCuerda
Si hablamos de participación de
las mujeres en la cultura, conviene recordar que en el pasado sólo se las podía
concebir como personajes de novelas, óperas o tragedias, como modelos de
pinturas y esculturas o, a lo más, amantes valerosas o desafortunadas de
poetas, músicos y artistas. Por lo menos así se pensaba; así llegaron a
convencer a nuestras abuelas y, con frecuencia, a nuestras madres. Pero
mientras esta imagen pasiva se iba construyendo y afianzando en las
mentalidades, numerosas mujeres se dedicaban a crear, en muchas ocasiones de
manera silenciosa, y otras veces silenciadas por las condiciones de su entorno.
Con los
años, la participación femenina en la vida cultural de los pueblos ha ido
creciendo y se ha evidenciado cada vez más. Para fortuna de mujeres y hombres,
van quedando lejos los tiempos en que, por el solo hecho de ser mujeres en un
mundo de dominio masculino, nuestra participación era considerada una especie
de acto heroico, si bien muchas veces lo era. De ahí el valor de mujeres como Artemisia
Gentileschi, esa pintora renacentista cuya obra fue rescatada tras un largo
tiempo de olvido en el que muchos de sus cuadros fueron erróneamente atribuidos
a su padre, también pintor aunque de menor calidad. Así han ido apareciendo las
Artemisias Gentileschi, las Floras Tristán y las Pepitas García Granados, cuyas
obras van completando esos espacios vacíos en nuestra cultura con piezas que no
estaban en su lugar, no porque no existieran sino porque habían sido
rotundamente invisibilizadas.
En Guatemala,
como en todo espacio donde las estructuras de dominación patriarcal han sido
difíciles de eliminar, la participación de las mujeres en la cultura nacional
es algo que ha cobrado fuerza sobre todo en estas últimas décadas, aunque los
porcentajes nos sigan hablando de enormes disparidades y gigantescos
porcentajes de analfabetismo femenino.
Pensemos
por ejemplo en el periodismo. Si mujeres como Luz Méndez de la Vega y Ana María
Rodas lograron hacer que su voz se escuchara con atención -aunque también con
temores e incomodidades- en los espacios más diversos, todavía eran vistas como
excepciones donde la regla eran los periodistas. Ahora tenemos una nueva
generación de mujeres periodistas, reporteras y columnistas en todos los medios
de comunicación. Basta abrir cualquier periódico para que las voces de Carolina
Escobar Sarti, Claudia Méndez Arriaza y Lucía Escobar, entre tantas otras, nos
recuerden que hay todavía mucho por hacer.
Esto
mismo se repite en distintos ámbitos. Regina José Galindo participa en bienales
internacionales, Rosina Cazali dirige el renovado Centro Cultural de España,
mientras en la Galería Contexto Belia de Vico asegura la presencia de Guatemala
en ferias de arte y exposiciones internacionales. ¿Y los centros de
investigación? Raquel Zelaya al frente de ASIES, Tani Adams como directora de
CIRMA y Clara Arenas de AVANCSO. No son casualidades. Hace 50 años nadie habría
pensado en una Otilia Lux de Cotí a cargo, por ejemplo, de un Ministerio de
Cultura y Deportes, y sin embargo allí estaba.
En
realidad, esto es sólo el principio, ya que en la actualidad hay una enorme
cantidad de mujeres formándose profesionalmente dentro y fuera de Guatemala,
contribuyendo en la construcción de un discurso cultural nacional desde sus
propias voces, experiencias y perspectivas. En pocos años, ellas estarán
ocupando puestos clave en todos los ámbitos de la cultura nacional. Ése es el
sueño.
[índice]
Andrea Aragón, guatemalteca, fotógrafa
“Fue mujer”, dijeron por teléfono
a quien llamó preguntando por la madre y el hijo que había nacido. “Fue mujer,
fue niña”... y el marido nunca llegó a buscarlas al sanatorio. Y después de
tantos “fue mujer y fue niña”, el IGSS prohíbe decir qué fue el bebé a quienes
llamen por teléfono.
“Cuidado
se embarazan, por eso no me gusta que en esta carrera se inscriban mujeres”,
asevera el decano universitario. Mi hermana mete la panza, se aturde, piensa
que la van a expulsar de la universidad si notan su embarazo. Su hijo no crece;
él también tiene vergüenza.
“¿Madre
soltera? Disculpe, no aceptamos hijos de madres solteras. Éste es un colegio
católico”, dice la secretaria en la línea a la niña que intenta entrar como
alumna y que, ante la pregunta, “¿nombre del padre?”, no tiene respuesta.
Nacer
mujer, en este país y en casi todos, es nacer con la etiqueta puesta. Es saber
que las cosas se ponen difíciles si se es muy bonita o muy fea, si se es muy
inteligente o muy tonta. No hay cómo salir librada: ser mujer es nacer
sabiéndose en problemas.
Pero en
medio del lodo sale una amiga, nace un amor, se hace un hijo, aparece un sueño,
se abre una puerta, existe una posibilidad, se alcanza un logro y por allí, en
medio de tanta injusticia, alguna de nosotras rompe la tradición de la mujer-servicio,
mujer-silencio, mujer-adorno.
Por
ellas, por las que empiezan rasgando el mito, por las que las vemos y
seguiremos sus pasos, por las que nos verán hacerlo y vendrán detrás... por
todas, feliz 8 de marzo. Que sirva este día para celebrar que fuimos mujeres,
que fuimos niñas y, con nuestra existencia, nace una esperanza.
[índice]
“Donde acaban los caminos”: ¿Cine o realidad?
Carmen Álvarez, guatemalteca, k'iche'
Hace unos días, mi prima Viole me
invitó a ver una película de Mario Monteforte Toledo. No sabía de qué se
trataba, pero me bastó escuchar ese nombre para decir que sí.
Llegamos
temprano y vimos entrar casi a todo el público. Por supuesto, éramos las únicas
mujeres indígenas que aun con todo seguimos rompiendo esquemas.
Aprovechamos
el tiempo para ponernos al día, y no por casualidad -porque no creo en las
casualidades- estábamos hablando de nuestras vidas, de las relaciones amorosas
entre indígenas y ladinos, de lo que esto ha significado y significa en nuestra
realidad concreta. ¡Vaya sorpresa!
Estábamos
en lo mejor de la plática, tratando de discernir entre lo apropiado o no, entre
lo posible o no, de tener una pareja ladina en una sociedad como la nuestra, y
el precio que teníamos que pagar, cuando las luces se apagaron. La función iba
a comenzar.
La
película hace honor al cine de Guatemala no sólo por su producción, sino por
sus actuaciones y su hermosa fotografía. Sin embargo, aun cuando el guión
merece mi aplauso por abordar un tema tan espinoso, sin rayar en lo folclórico
o lo paternalista, quiero compartir algunos comentarios y también sentimientos.
Aunque al
principio se nos ubica en una época relativamente remota de Guatemala, no me
gustó la representación de los “shamanes”, al nombrarlos y aparecer como
brujos. Es un prejuicio que se sigue manteniendo hoy día y creo que refleja no
sólo la visión de la iglesia católica acerca de la conquista sino de la iglesia
católica anticomunista de mediados del siglo pasado, con el objeto de detractar
la espiritualidad indígena. Hoy sé, por experiencia propia -aun cuando mi
familia es profundamente católica- que la mayoría de la gente en Guatemala no
conoce la riqueza y la herencia que representa esta filosofía milenaria.
El resto
de la historia es muy parecido a otras donde “nativos” y “civilizados”
establecen una relación de amor que es desaprobada por ambas sociedades, donde
los ruidos y prejuicios externos vencen ante la esencia humana que es el amor y
allí se quedan, él regresando a lo suyo y ella digna, pero en la profunda
soledad.
Releyendo
a Monteforte Toledo, quien dice: “la identificación del ladino con lo indio es
falsa, el ladino siempre vuelve a su origen étnico e ideológico”, pienso que en
la Guatemala de hoy eso todavía está vigente, pero cuando esto no sucede, el
precio que debe pagar quien opta por integrarse al mundo indígena es muy caro,
un precio que va desde ser despreciado hasta ser desheredado y desterrado por
la familia y la sociedad. ¡Vaya sociedad!
Bueno, y
al final del cuento, cuando se encendieron las luces, sólo pude respirar un
profundo silencio, el que se comparte cuando todos estamos ante la energía de
un amor frustrado. Sin embargo, los minutos no tardaron en hacernos volver a
conectar con la realidad donde, ante el impacto, nuestra plática quedó
inconclusa, ya que pudimos sentir que seguimos siendo la Guatemala escindida de
hace varios siglos.
[índice]
Fidel Celada Alejos, periodista y promotor cultural.
Tiene siete años de “pinchar discos”.
Cuando estoy detrás de los
tocadiscos, frente a quienes asisten a las fiestas, me gusta sentir la
vibración de la música en mi cuerpo y verlos a todos bailar.
A pesar
de que casi siempre está oscuro, observo los cuerpos retorciéndose, palpitando,
sacudiéndose; puedo ver sus expresiones, sus muecas, sus ojos. Hay signos de
desahogo, de placer, de agobio, de alegría, de éxtasis, de paz. Las cabelleras
se agitan, las rodillas se flexionan, las caderas se menean...
No lo
disfruto por fisgón, ni porque sea un cochino pervertido, como me han sugerido
algunas amigas. Me entretiene; satisface mi ego y mi curiosidad. Resulta
reconfortante tener en mis manos (y en mis discos) el control de mucha gente
que se divierte. Pero esa satisfacción es pasajera, se vuelve por momentos un
acto automático. Y en esos instantes he reparado en cuadros que se aíslan del
fuerte volumen de la música y la danza frenética de los fiesteros.
He visto
grupos de amigos bailando en círculos, parejas de todas las combinaciones
raciales, sexuales y de estatura. A mujeres bailando solas. A tipos borrachos
tratando de bailar con ellas. A adolescentes tímidos pidiéndole una pieza a
alguna. He detectado miradas lascivas cruzarse desde extremos opuestos del
“dancefloor” y he sido testigo de sus frutos: besos apasionados, roces
cercanos, candentes. Una vez vi una bofetada y otra una pelea.
He
presenciado tragedias y triángulos amorosos, rupturas y reconciliaciones.
Muchas veces conozco los antecedentes de los protagonistas, pero es mejor
cuando no tengo la menor idea de quiénes son o a qué se dedican. Así ocupo mi
tiempo en ejercitar la imaginación, y no pocas veces he dejado el salón en
silencio por estar esperando que la chava de rojo se decida a besar al tipo de
lentes, porque él -se le nota en la manera que baila- nunca se atreverá.
Las horas
pasan. Al principio son sobre todo ellas las que bailan. Ellos deben
embriagarse un poco, luego se sueltan. Lo único malo del licor es que desinhibe
a los inconformes, quienes piden heavy metal cuando está sonando cumbia, o se
les antoja alguna diva del pop mientras hay algo de flamenco.
Pero sin
importar el género de música de turno, de la cadencia de su ritmo o la
estridencia de las trompetas, disfruto del gozo de los que bailan. Me preocupa
cuando una canción no es bien aceptada, pero no entro en pánico. Si la suerte
está echada y los ánimos caldeados, importa poco la clase de música. Hemos
bailado polca, punta, salsa, reggae, rock latino, funk, blues, rumba, ska...
Debo
confesar que regularmente la fiesta se termina cuando se acaba el licor, y que
a veces es difícil agotar a algunos, los que bailan con pasión y desenfreno.
[índice]
Jessica Masaya Portocarrero, guatemalteca, periodista
Ahí estaba yo en el concierto de
Alejandro Sanz, en medio de cientos de parejas que se besaban bajo las
estrellas mientras yo tenía náusea.
Era el
susodicho día del cariño. Nada especial a estas alturas de mi partido. Una
entrada gratuita no era nada despreciable, así que fui a ver al españolete
pensando que una experiencia diferente no me caería mal.
El
presagio de mal “trip” empezó cuando me prohibieron entrar la cena que llevaba
en la mochila, por lo que para poder entrar tuve que comerme en 10 segundos una
hamburguesa con sus respectivas papas. Luego me arrepentiría de la hazaña.
Fue raro
enfrentarse a ese inmenso estadio olímpico, escenario de más de una tragedia.
Atragantada todavía, una tímida náusea empezó a crecer. Traté de ignorarla.
Cuando
empezó el concierto me di cuenta que no conocía casi nada de la música del
gachupín. Además, para mí, “concierto” significa relajo, acción, energía. En
cambio, en un recital romántico, ¿qué se supone que hagás? Algo subía por mi
garganta. La cosa empeoraba porque la noche anterior había dormido tres horas y
andaba medio de bajón.
Una de
mis acompañantes, una chica linda y dulce, tuvo la mala suerte de encontrar ahí
a su más reciente ex novio con una nueva pareja. El encuentro la afectó, sus
ojos entristecieron y el concierto pasó a segundo plano. Le pregunté cómo se
sentía y tuvimos una extraña conversación. De la misma edad, 31 años, éramos
dos solteras sentadas en un triste concierto pensando, en medio de un
inclemente besuqueo ajeno, en tipos que están felices con otras.
No pueden
existir personas tan diferentes viviendo la misma situación. Yo había deseado
ser una mujer fuerte que antepusiera su carrera a cualquier cosa y quería ser
tomada como igual. No escatimé esfuerzos para lograrlo. Pensaba que encontraría
a ese hombre evolucionado que me merecía. Resultado: soy parte de una pandilla
de tipos que me toman como uno de ellos, pero que me consideran demasiado
“complicada”.
Ella, por
el contrario, fue la niña buena siempre y se apegó a una vida sana y devota. Es
lo que se dice una damita culta y elegante. La candidata ideal para una familia
perfecta que deseó a ese hombre fuerte y bueno que la protegiera.
Éramos
protagonistas de diferentes películas. Ella la traidita de un drama romántico,
yo un personaje de Almodóvar. Ya atarantada por la náusea, me pareció que en
medio del griterío y la música casi se podía percibir un tictac que crecía y
crecía. Era nuestro reloj biológico traicionándonos.
Después
de unas lagrimitas y un poco de aburrimiento, salimos del concierto fingiendo
que estábamos bien. Supongo que después de llevarme a un bar, en donde bailé y
me intoxiqué con rabia hasta bien entrada la madrugada, ella se fue a su casa a
soñar con el príncipe azul, luego de hacer sus oraciones. Ambas seguimos solas.
[índice]
Andrea Carrillo Samayoa, laCuerda
Cuando recién amanece, empieza el
movimiento y la ciudad despierta. Es de todos los días levantarse para
continuar con la rutina y no nos queda otra que salir de nuestro hogar. A
diario, en las calles, encontramos caras nuevas y nos enfrentamos a distintas
situaciones.
Hay
quienes se persignan y encomiendan a todos los santos antes de poner un pie
fuera de casa, ya que cualquier cosa puede pasar. Nos hemos acostumbrado a
convivir con los riesgos; pensamos que lo único que queda es encomendarse y
tomar precauciones para tratar de sortearlos.
Es de
cada día escoger bien la ropa que nos vamos a poner, porque si salimos solas y
nuestros encantos se echan de ver, a los cafres les hierve la lengua y las
vulgaridades no les alcanzan.
Si
andamos acompañadas por un hombre, la cosa es diferente: es él quien se siente
agraviado, y no porque nos hayan echado un ojo; le ofende que, por lo general,
le griten “cuñado” o “suegro” y siente que su masculinidad fue desvalorizada.
Para las
mujeres no es nada más el miedo a los insultos, sino también a las metidas de
mano y los ladrones.
A mí
siempre me preguntan por qué ando con cara de enojada y mi mamá dice que me veo
mucho mejor cuando mi rostro está sonriente. Pero salir a la calle con ese tipo
de gesto es un riesgo.
En mi caso
funciona inspirar enojo cuando salgo de la casa. Esto no me salva de que más de
algún infeliz diga lo que se le da la gana pero, al menos hasta ahora, he
espantado a los largos y a quienes andan viendo en qué momento agarran
cualquier parte de la nalga.
A muchas
otras posiblemente también les funcione. Porque a diario las encuentro. Unas
con las manos empuñadas, como listas para lanzar el golpe. Hay otras a quienes
también podría preguntarles por qué van tan enojadas, pero no lo hago porque
pienso que, igual que yo, están ahuyentando el peligro.
Es
injusto que debamos andar malhumoradas y estresadas por el miedo o la
preocupación de que algo malo suceda, o bien tener que renunciar a usar
determinada ropa que nos gusta para evitar un insulto.
¿Cuántas
veces volteamos a ver para fijarnos quién camina a nuestra espalda o cruza en
la misma dirección que llevamos? Siempre hay que ir ojo al cristo; cualquier
descuido puede convertirse en tragedia.
A la
primera, ellos sacan el cuchillo o la pistola, y aunque en estos tiempos no se
anda mucho pisto en la bolsa, les vale: se llevan lo poco que una carga.
Yo no he
tenido ningún susto de esta clase, pero me he enterado de lo que han pasado
algunas amigas al toparse con un tipejo de ésos. El momento es traumático y cuesta
superarlo; ya de por vida se vive aterrorizada y de todo el mundo se desconfía.
Lo peor
del caso es que asumimos la violencia e inseguridad como algo “natural” y parte
de la sociedad chapina. Nos acostumbramos aun a las cagadas de chuchos en cada
esquina, y para evitar agresiones nos quitamos las alhajas y dejamos de usar
bolsa, no enseñamos piernas ni pechuga.
Definitivamente,
la cosa debe cambiar. En otros países es posible andar en la calle con
tranquilidad. Las guatemaltecas merecemos una vida sin agresiones.
[índice]
Mitos y realidades de la CICIACS
María Eugenia Solís García, laCuerda
¿Cuál es la función de CICIACS?
La Comisión de Investigación de
Cuerpos Ilegales y Aparatos Clandestinos (CICIACS) será una misión
internacional de la ONU que apoyará al Estado de Guatemala en la investigación
y persecución penal de los cuerpos ilegales y aparatos clandestinos de
seguridad que operan en nuestro país.
¿Qué son cuerpos ilegales y aparatos clandestinos de
seguridad?
Son los destacamentos de
inteligencia operativa y/o de fuerzas especiales que, aprovechando la
estructura y las misiones de los cuerpos de seguridad (inteligencia militar,
servicios de seguridad, policía nacional, etc.), subrepticiamente ejecutan
actividades al margen de la ley y/o violaciones a los derechos humanos por
encargo de un superior jerárquico. Es decir, se aprovechan de las instituciones
estatales para actuar al margen de la ley. Esta conceptualización fue establecida
en el Acuerdo Global sobre Derechos Humanos en 1994.
¿Atenta la CICIACS contra la soberanía de Guatemala?
No, porque fue solicitada por el
Estado de Guatemala en ejercicio de su soberanía el 16 de marzo del 2003 ante
la ONU. Después de varios meses de negociaciones, fue constituida el 7 de enero
del 2004 como un tratado internacional que deberá ser aprobado por el Congreso
de la República y ratificado por el presidente de la nación.
¿Atenta la CICIACS contra la Constitución Política de la
República?
No. Ninguna de las normas del
tratado que establece la CICIACS está en contradicción con los principios y
normas y constitucionales.
Los privilegios e inmunidades que tendrá el personal de
CICIACS, ¿son un cheque en blanco para su actuar arbitrario e impune en
Guatemala?
No. Los privilegios e inmunidades
que gozará el personal de la CICIACS son los mismos que disfrutan todos los
personeros de Naciones Unidas en sus distintas misiones alrededor del mundo,
así como los cuerpos diplomático y consular.
Los
privilegios e inmunidades se limitan única y exclusivamente al cumplimiento del
mandato de la CICIACS. Si hubiere abuso, existe el derecho y la obligación de
renunciar a éstos.
Tienen
como fundamento la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas (1961) y
la Convención sobre Privilegios e Inmunidades de las Naciones Unidas (1946).
¿Cuál será el beneficio que Guatemala obtendrá de dicha
investigación e informe?
La CICIACS transferirá
metodologías de investigación criminal y así fortalecerá al Ministerio Público
(MP). Con base en la información se podrá iniciar una depuración administrativa
de cualquier funcionario o empleado público implicado en faltas o abusos en el
ejercicio de su cargo. Si como producto de las investigaciones se identificara
a presuntos responsables de la comisión de delitos, las evidencias serán
remitidas al MP para que se produzca la persecución penal correspondiente. A
raíz del trabajo de la CICIACS podrá impulsarse el proceso de reformas legales
que requiere el país para fortalecer la investigación y persecución penal.
¿Por qué se dice que la CICIACS es novedosa?
Se le estará dando la potestad de
constituirse como querellante adhesivo en todos y cada uno de los casos en el
marco de su competencia. Tendrá la facultad de iniciar y proseguir procesos
penales de forma independiente, cuando a su juicio la falta de iniciación o
continuación de un proceso obstaculizaría el cumplimiento de su mandato o bien
causaría un daño irreparable.
Es la
primera vez en la historia del Derecho Internacional que a una misión de la ONU
se le faculta para accionar dentro del sistema de justicia de un Estado.
[índice]
laCuerda
El 26 de febrero pasado inició sus funciones la nueva
titular de la Defensoría de la Mujer Indígena (DEMI), María Teresa Zapeta
Mendoza. Una de las prioridades durante su gestión será replantear la función
jurídica de esta institución para trascender la atención de casos de violencia
intrafamiliar e incorporar la promoción y defensa de los derechos de las
indígenas.
Para la nueva titular, su
nombramiento significa una opción y un compromiso con las mujeres en general y
particularmente con las indígenas. “Asumo esta responsabilidad para trabajar de
manera decidida en homenaje a todas las guatemaltecas que han dado su vida por
los derechos humanos y las que luchan por una vida digna y equitativa”, expresó
la defensora.
Uno de sus intereses consiste en
fortalecer coordinaciones a nivel interinstitucional con instancias tanto del
Estado como de la sociedad civil organizada, a fin de realizar acciones
conjuntas a favor de las indígenas. Asimismo, fortalecer financiera y
humanamente a la DEMI, lograr su autonomía en un mediano plazo e incrementar el
número de sedes regionales.
Integrantes
de la Asociación Política de Mujeres Mayas Moloj manifestaron su apoyo a la
nueva titular, así como un total respaldo a cualquier acción que ella emprenda
para garantizar la autonomía y el buen funcionamiento de la institución que
ahora dirige.
La
defensora es maya k'iche' originaria de Santa Cruz del Quiché. Ha trabajado en
la DEMI, en el Consejo de Educación Maya y la Misión de Verificación de las
Naciones Unidas en Guatemala (MINUGUA). También ha contribuido activamente en
varias organizaciones de mujeres indígenas, incluida Moloj.
[índice]
laCuerda
En febrero se reunieron 23
lideresas de varias comunidades de Livingston, Izabal, para abordar el tema
“Mujeres por el derecho a la tierra y la propiedad”. La actividad, convocada
por Fundación Guatemala y la Oficina Municipal de la Mujer de la localidad, fue
facilitada por Rosa Gutiérrez, de Quiché, y Ruth Serech, de Chimaltenango.
Elena
Supall, coordinadora de la Oficina, informó que los objetivos del taller fueron
capacitar sobre el tema a las participantes y que la corporación municipal
asumiera compromisos a favor de las mujeres. “Se prevé continuar apoyando
diálogos locales, actualizar la documentación de la población femenina, velar
por la seguridad ciudadana y capacitar a la policía en derechos humanos”,
comentó.
[índice]
Lideresas luchan por su comunidad
laCuerda
El trabajo de las lideresas que se
han integraron a las corporaciones municipales en distintos departamentos del
país ha dado frutos.
Eleodora
Xitimul Alvarado fue la primera mujer en la historia de Ixcán, Quiché, que
formó parte de una Corporación Municipal. Como concejala durante la anterior
administración, realizó actividades que normalmente son desempeñadas por
hombres. Entre éstas, celebraciones de matrimonios en las que aprovechó la
oportunidad para hablar con las parejas sobre el uso de anticonceptivos, la
violencia contra las mujeres y la violación conyugal, temas que por lo general
no se abordan en este tipo de eventos.
También
contribuyó a la formación de una coordinadora de organizaciones de mujeres y
conformó la Comisión de la Mujer.
En la
actualidad participan dos mujeres en la Corporación: Reyna Caba y Candelaria
Montejo Silvestre, Concejala I y Síndica II respectivamente. Su reto es crear
una línea presupuestaria y asignar fondos a dicha Comisión para lograr su
funcionamiento.
Les
deseamos éxito en su gestión y el apoyo de sus compañeros de trabajo.
[índice]
Laura E. Asturias, laCuerda
Me dio infinita tristeza ver por
enésima vez que los hombres,
en este caso el que escribió el
editorial, no captan la idea de que es un
problema social que compete a
todos, no sólo las mujeres.
—Una profesional guatemalteca
Las guatemaltecas sabemos
apreciar que los medios masivos aborden temas de interés para nuestro género.
Ejemplo
de textos muy beneficiosos y de alerta para las mujeres es “La última llamada
de Carol Clavería” (elPeriódico, 22-II-04), crónica de Paola Hurtado que pinta
una fiel radiografía de cómo la violencia masculina puede llegar al asesinato
cuando una ha resuelto dejar atrás una relación enferma, abusiva. Es lo que
tantas, a un paso de la muerte, sufren cotidianamente de hombres que dicen
amarlas. Ojalá además logre despertar de su prolongado letargo a la cadena de
autoridades encargadas de velar por la seguridad pública.
Los
medios masivos -es cierto- informan cada vez más sobre la violencia contra las
mujeres y, como hemos afirmado en laCuerda, ello refleja una mayor conciencia
entre las periodistas acerca de esta problemática: son ellas quienes en su
mayoría se interesan por abordarla. La información sobre los numerosos
asesinatos de mujeres ocurridos en Guatemala, que no cesan, ha sido producida
principalmente por comunicadoras.
En
ocasiones (“cuando san Juan baja el dedo”) también leemos la postura editorial
de un medio tradicional sobre el asunto. Y aunque es positivo que tras concluir
la reciente visita de Yakin Ertürk, Relatora Especial de las Naciones Unidas
sobre la Violencia contra la Mujer, el diario “Prensa Libre” dedicara el 16 de
febrero un editorial completo a dicha visita y su motivo, es imposible dejar de
comentar al menos unas partes del mismo.
En “Las
mujeres tienen ahora un nuevo reto”, el matutino reconoce que si bien “existe
un evidente avance en las mujeres en todos los campos de la sociedad (...)”,
ello no implica “que disminuya el riesgo de la violencia contra la mujer,
porque no reconoce frontera social o económica”.
Luego
plantea que ahora “toca el turno a organizaciones de la sociedad civil a tomar
la bandera y organizarse con el fin de hacer realidad las sugerencias de la
señora Ertürk”. Y tras afirmar que en el país “hay ejemplos muy claros de
efectos positivos e históricos en la sociedad a causa de la movilización
femenina”, viene el instructivo:
“Es el
momento de que las mujeres se unifiquen en el esfuerzo porque la situación
femenina mejore, lo que puede empezar con investigar, perseguir y castigar a
los autores de los crímenes contra ellas. (...) Entre las mujeres guatemaltecas
hay suficientes abogadas, médicas, juezas, trabajadoras sociales y demás
profesionales que pueden empezar este esfuerzo”.
La
segunda frase nos deja con la boca abierta, porque bastaría hacer una búsqueda
en los mismos archivos de “Prensa Libre” para constatar la enorme cantidad de
“abogadas, médicas, juezas, trabajadoras sociales y demás profesionales” que
durante muchos años hemos estado ocupadas e incidiendo justamente en todo eso
en lo que el diario ahora nos invita a trabajar. Somos nosotras quienes lo
hacemos.
Siempre
hemos considerado un enorme reto, y nada nuevo, combatir las múltiples formas
de opresión y violencia contra nuestro género. Somos nosotras quienes pedimos,
exigimos, alertamos, insistimos en que estas prácticas deben terminar por el
bien no sólo nuestro sino de la sociedad entera. Hemos dedicado décadas de
nuestras vidas a la sensibilización social y al activismo, en muchos casos sin
remuneración.
Otra
historia es que los medios tradicionales pretendan hacerse ciegos a esos
aportes. Es ofensivo que de un plumazo se invisibilice el somero trabajo de las
guatemaltecas y encima vengan a instruirnos cómo y cuándo accionar a favor de
nosotras mismas.
El
editorial de “Prensa Libre” concluye afirmando que, al constituir la mitad de
la población, las mujeres tenemos “asegurado el éxito”. Y vaticina que “si esto
se hace realidad, la visita de la señora Ertürk habrá tenido el mejor de los
efectos y podrá iniciarse la tarea de terminar con esta adicional vergüenza
nacional”.
Preguntas urgentes: ¿Dónde están los hombres en todo
esto? Siendo ellos quienes golpean y asesinan a las mujeres, ¿qué hará el
género masculino en el país (a todos los niveles, desde la familia hasta el
sistema de justicia, pasando por medios informativos dominados por hombres)
para poner fin a esta violencia sexista? ¿Acaso es el grupo víctima el llamado
a “investigar, perseguir y castigar a los autores de los crímenes”? ¿Cuándo
entenderán los “hombres buenos y bienintencionados” que éste no es un problema
de las mujeres sino uno de hombres que vulnera a las mujeres? ¿Y cuándo
empezarán ellos a hacer lo que se necesita para terminar con la vergüenza
nacional que es la violencia masculina?
¿Alguno ahí afuera tiene ideas? Quizás “un periodismo independiente,
honrado y digno” podría ayudar empezando a responder esas preguntas.
[índice]
Jacqueline Torres, guatemalteca, periodista
A pesar del choque que puede
sufrir la nación al mirarse en el
espejo de su pasado, es necesario
conocer y hacer pública la verdad.
—Informe CEH
Hacer esfuerzos para recordar los
hechos que marcaron la historia del país por más de 36 años se vuelve cada vez
más necesario en una sociedad que, consciente o inconscientemente, sufre una
crónica desmemoria. El ejercicio trasciende evocar viejos acontecimientos y el
nombre de miles de víctimas; va ligado a la dignidad y reconocimiento de las
desaparecidas, a la reivindicación de los derechos de las personas
sobrevivientes, y quizás sea el comienzo de una etapa de reconciliación
nacional.
A cinco
años de que la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) presentara el
Informe “Guatemala: Memoria del silencio”, algunas organizaciones se han dado a
la tarea de retomar el tema y divulgar las recomendaciones planteadas en 1999.
Aunque ello representa abrir una vieja herida, es la única manera de sanarla y
asegurar que nunca más se vivirá una época como aquélla.
El primer
paso en el cumplimiento de tales recomendaciones fue conmemorar el 25 de
febrero como Día Nacional de la Dignidad de las Víctimas del Conflicto Armado.
La celebración tuvo como preámbulo una marcha con la participación de cientos
de sobrevivientes y mujeres que trabajaron en el proyecto “Un testimonio de
esperanza y unidad”, dirigido por el Centro de Acción Legal en Derechos Humanos
(CALDH). Culminó con la exhibición de grandes mantas que llevaban los nombres
de por lo menos cuatro mil de las 200 mil víctimas del conflicto, además del
lugar y fecha del asesinato o desaparición.
Unas 200
mujeres de la Asociación de Sololatecos Unidos para el Desarrollo Integral
(ASUDI), integrante de la Plataforma Agraria, ayudaron a reconstruir una
historia clave en la vida de miles de personas, incluidas algunas de ellas. El
ejercicio sirvió no sólo como recuperación de memoria: fue una mínima terapia
en la reconstrucción de sus vidas.
María Us
Álvarez, coordinadora del grupo de mujeres, se manifestó identificada con el
trabajo porque ella es parte de esa historia. Su padre fue asesinado frente a
sus ojos cuando tenía 14 años. Durante y después del conflicto apoyó a mucha
gente que vivió una situación similar. “Tomé mucha madurez de mi experiencia y
decidí que quería trabajar en honor de los que ya no están”, enfatizó. Hoy
María está al frente de la Asociación Integral para el Desarrollo de la Mujer
del Área Rural, de alguna manera siguiendo los pasos de su papá.
“Las
mantas son sagradas”, afirmó Dilia Cutuj, joven indígena que no pasa de los 25
años, “porque llevan nombres de seres queridos que se fueron y nos dejaron la
oportunidad de vivir una época sin guerra, aunque no en el pleno goce de la
paz”.
Las
mujeres dedicaron casi dos meses uniendo los pequeños bordados sobre el traje
distintivo de cada departamento. Marta Barán dijo que era muy triste ver los
nombres de familias enteras entre los fallecidos.
Terminaron
esta labor con su presencia en la marcha del 25 porque, según indicó María,
“sentimos que no sólo debíamos bordar y entregar sino hacer visible nuestro
trabajo; teníamos que entregarlo con dignidad y sintiéndonos orgullosas de ser
bordadoras de esperanza”.
Las
mantas fueron exhibidas por algunas horas en la plaza central. Dilia aseveró
que con dicha presentación “queríamos dejar bien claro a don Pedro, don Marcos,
doña María y a todo el mundo que en nuestro país hubo una guerra que dejó
muchos muertos y desaparecidos y sus nombres nunca deben ser olvidados”.
Gloria
Leticia García compartió que al ver tantas mantitas rememoró aquellos tiempos
en que no se podía salir a la calle. Hoy sabe que su trabajo servirá para que
las personas que murieron o desaparecieron no sean olvidadas. “Mucha gente no
sabe lo que pasó”, dijo, “pero es una realidad y no debemos permitir que suceda
otra vez. Ése es el mensaje de las mantas”.
Existe un
vínculo muy estrecho entre el trabajo que realizaron y la reivindicación de sus
derechos como mujeres e indígenas. Dilia explica que aceptar unir las mantas
era demostrar solidaridad con las familias de las víctimas, ya que es la única
forma, junto a la organización y la resistencia, en que se puede hacer cumplir
las demandas de los pueblos indígenas, las mujeres y los grupos campesinos.
Además de
recuperar una historia olvidada, el trabajo sirvió para demostrar que “estamos
organizadas y podemos construir proyectos nacionales, aunque sea una tarea
difícil, en especial para nosotras”, enfatizó María.
Un proyecto para rememorar
Según documenta el informe de la
CEH, el 90 por ciento de las violaciones a los derechos humanos se dio en las
zonas rurales del país. Las mantas exhibidas pertenecen a los departamentos de
Quiché, Huehuetenango, Sololá, Chimaltenango y las Verapaces. La más grande es
de Quiché, donde se registró la mayoría de víctimas (46 por ciento).
Este
proyecto inició con la idea de informar sobre las recomendaciones de la CEH,
pero también por la necesidad de dignificar a las víctimas. Se impartieron
charlas que abarcaron los temas de derechos humanos, causas del conflicto, el
proceso de paz y el nacimiento de la Comisión; luego se hablaba de recordar a
sus familiares. Aunque para muchas personas era poner el dedo en la llaga,
entendieron el proceso como una etapa del resarcimiento.
Hay
quienes no quisieron participar porque temían que fuera una especie de lista
para después cobrar cuentas. Otros, como dice Aura Marina García, del grupo de
mujeres sololatecas, simplemente no quieren recordar. “Mi primo murió, pero mi
tía no quiso entregar su manta; dijo que era cosa del pasado. Yo entregué su
nombre para que fuera recordado en la historia”, indicó.
Las
mantas serán exhibidas en todos los departamentos y luego se llevarán a un
museo como reconocimiento póstumo a la memoria de las personas desaparecidas y
asesinadas durante la guerra.
Aunque
este ejercicio puede verse de alguna manera como un pequeño paso en el camino
hacia la reconciliación, Rosalina Tuyuc, lideresa de la Coordinadora Nacional
de Viudas de Guatemala (CONAVIGUA), aclaró que dicho proceso está lejos. “No
sabemos con quién reconciliarnos porque hay actores que no han aceptado su
participación. Primero debe conocerse la verdad y luego hacerse justicia”,
enfatizó.
De una u
otra forma, las mujeres de Sololá empezaron una actividad que entraña un gran
significado y están contribuyendo a traer, como la vela blanca que se enciende
en las ceremonias mayas, un tiempo nuevo, el viento, el aire que refresca,
transforma y construye un nuevo pensamiento.
[índice]
Con desagrado hemos visto las tarjetas
para teléfonos celulares de COMCEL, que presentan imágenes de mujeres
semidesnudas y en posiciones eróticas. Nos parece una ofensa hacia la dignidad
de las mujeres, ya que se contribuye a su cosificación y se fomenta la
violencia contra ellas al constituirlas en objetos de deseo.
Por ello exigimos a la empresa COMCEL retirar
esas tarjetas del mercado y utilizar imágenes no sexistas en sus productos.
Por una sociedad
equitativa y no sexista.
Al momento del cierre de edición, más de un centenar de personas, incluido
un elevado porcentaje de hombres, habían adherido su firma a este manifiesto.
Aunque un alto porcentaje de usuarios de las tarjetas
telefónicas de COMCEL está conformado por hombres, es erróneo que los creativos
de las imágenes deduzcan que esos clientes, sólo por el hecho de ser hombres,
no apreciarían más otros atractivos visuales (paisajes, animales, autos). La
publicidad sexista menoscaba no sólo a la persona cuya imagen es utilizada.
También rebaja a quienes la consumen.
COMCEL denigra a
las mujeres y a los hombres.
¡No utilicemos
sus servicios!
[índice]
Ledy Orantes, laCuerda
Al visitar Ghana, una puede
claramente darse cuenta de las diferencias culturales. La gente es totalmente
distinta, en especial las mujeres: sus ropas de colores brillantes, adornos
vistosísimos y su gran elegancia al caminar. Aunque no usen trajes
tradicionales, son muy singulares y llaman mucho la atención. También
impresiona que siempre van muy rectas pese a que llevan a sus niños cargados en
la espalda.
El clima
es brusco al llegar al aeropuerto de Accra procedente de Europa en diciembre;
la temperatura supera los 30ºC. Ese puerto aéreo es como era el de Guatemala
hace unos 20 años. En principio la gente parece un poco pesada, pero después se
descubre su calidez.
Kumasi es
la segunda ciudad en importancia del país y ahí se ubica el segundo mercado más
grande del sur de África. La principal actividad es el comercio. Una cosa
sorprendente es observar a muchas jóvenes entre los 13 y 20 años, con unos
cazos de aluminio, sentadas esperando algo. Ellas son las cargadoras -llevan
bultos en la cabeza- y predominan las “chavitas”.
Al entrar
al mercado central es casi imposible caminar. El ritmo es muy rápido y se vende
de todo. Es enorme la variedad de diseños y colores de telas. En la calle es
difícil observar algún modelo similar. Rara vez se encuentra ropa hecha pues la
costumbre es mandarla a coser. Los y las costureras están en todas partes,
cobran su trabajo muy barato y no tardan más de dos días en confeccionar trajes
a la medida.
Otra
forma de vida para muchas mujeres es la peluquería. Acostumbran usar el pelo
cortísimo, o bien usan trenzas muy pegaditas a la cabeza y cosen los postizos
con aguja e hilo.
En la
región ashanti, donde está Kumasi, se conserva una de las pocas
sociedades matrilineales africanas. Ello justifica que el próximo rey no sea el
hijo del actual, sino el de la hermana de éste. Se respeta a las mujeres
mayores, en especial a las abuelas. El nivel de convivencia es impresionante.
Está
permitido que los hombres vivan con más de una esposa. Todas viven juntas, se
ayudan en el cuidado de las proles y comparten las tareas domésticas. Si el
marido fallece y alguna de las esposas quiere volver a casarse, puede hacerlo y
tiene la opción de dejar a sus hijos con otra de las viudas del difunto.
Casamientos y entierros
Las bodas en el rito musulmán
tardan hasta siete días. El primer día se realiza la presentación de la novia,
quien usando un velo blanco recibe la visita de las personas del pueblo. Las
mujeres cantan y bailan; los hombres sólo saludan. También llegan parientes
procedentes de otros pueblos.
Después
de la llegada de las visitas, a la novia le hacen diseños con henna en las
manos y pies. Mientras, los hombres junto al novio matan una vaca u otro animal
grande para hacer la comida de la celebración. En las noches hay fiestas, que
pueden hacerse en algún hotel con música muy moderna.
La
ceremonia en la mezquita se efectúa siempre en idioma árabe. En ésta sólo
participan los hombres mayores de la familia del novio y un representante de la
desposada. El consentimiento para efectuar el matrimonio lo expresa el
representante de la novia, quien responde si hay condiciones favorables para
que puedan formar una familia; por ejemplo, si ambos son suficientemente
maduros para estar juntos y si existe acuerdo en el enlace. Dadas las
respuestas afirmativas, el matrimonio queda consumado. Antes de finalizar la
ceremonia, se aclara que ella será la administradora de los bienes de la
familia. La costumbre incluye cantos por parte de las mujeres y abundante
comida.
Se les
permite a hombres musulmanes contraer matrimonio con mujeres que profesen otra
religión o no practiquen ninguna. En la actualidad se dice que sólo si hay
acuerdo entre este tipo de parejas puede existir un segundo, tercer o cuarto
matrimonio por parte de ellos.
En los
entierros se acostumbra bailar y cantar. Durante las ceremonias luctuosas la
mayoría usa playeras con la foto de la persona difunta. Predominan los vestidos
de rojo y negro porque ambos colores representan la muerte. Conmueve ver a la
gente bailando y cantando mientras llora desconsolada. Los cristianos se
distinguen en la concurrencia, pues los hombres van envueltos en túnicas negras
y los niños en blancas.
Una gran experiencia
Ghana tiene aproximadamente 20
millones de habitantes. Al igual que Guatemala, la mayoría es joven: más de la
mitad son menores de 14 años.
La vida
de las ghanesas no es muy diferente de la de guatemaltecas en las áreas
rurales, donde se enfrentan a fuertes cargas de trabajo y son las únicas
responsables del cuidado de sus hijos. La infraestructura es igual de
deficiente que aquí y destaca la falta de servicios públicos. Es común que
ellas usen piedras de moler, cocinen con leña y laven a mano. Entre algunos
contrastes se cuentan las escobas enanas y estufas en el piso, de ahí que
realizan infinidad de sus labores totalmente agachadas.
Conocer
este país ha sido una gran experiencia. Fue posible porque asistí a la boda de
mi hermana Katia, quien hace tres años fue la reportera estrella de laCuerda y
ahora reside en Barcelona con su esposo Razak.
[índice]
Lucía Escobar, laCuerda
Vaya si el tiempo pasa rápido.
Recuerdo muy bien la primera vez que tuve en mis manos un ejemplar de laCuerda.
Desde el principio me alucinó saber que en Guatemala existía un periódico
realizado por mujeres que tenían el valor de llamarse feministas, sabiendo que
esto significaba exponerse a ser tratadas con todos los términos prejuiciosos
con que se les juzga. Entiéndase: “lesbianas”, “resentidas” y “machistas al
revés”.
Un día me
llamaron para pedirme que escribiera algo. Me puse muy feliz, pero me invadió
un gran miedo. No sabía cómo escribir algo feminista; pensaba que tendría que
mostrar algún tipo de teoría de género o explicar mis puntos de vista con
palabras sofisticadas y estadísticas. Pero no, laCuerda ha sido desde el
principio una revista muy humana, un medio de comunicación que va más allá de
la teoría y el ensayo. Es un espacio donde todas y todos podemos sentarnos a
charlar, donde se expone el corazón de nosotras, nuestras necesidades, sueños,
éxitos y preocupaciones. Gracias a esta revista he podido exorcizar muchos
demonios (porque, además, desde el día que me pidieron el primer artículo, ya
nunca más pudieron librarse de mí: me les pegué como chicle). Aquí he escrito
cosas que en ningún otro lado me toparían. He hablado de orgasmos, de infidelidad,
de amor, de odio y hasta de la regla. Leyendo las páginas de este medio he
conocido a muchas amigas, me he identificado con tantas mujeres y me doy cuenta
que, a pesar de lo distintas que podemos ser, tenemos también muchas
coincidencias.
Gracias a
las cuerdas conocí más acerca del feminismo y pude, yo también sin complejos ni
miedos, decir que soy feminista. Porque entendí la importancia de este
movimiento humanista que nació hace más de un siglo y que, a la inversa del
machismo, propone y construye a partir de la igualdad de derechos y
obligaciones. Nosotras las feministas no odiamos a los hombres; al contrario,
los amamos y por eso sabemos lo importante que es entendernos como somos, sin
prejuicios ni ideas preconcebidas, sin miedos, luchando cada quien por nuestro
espacio y nuestros derechos.
laCuerda
es un medio que intenta cambiar la realidad de desigualdad en que vivimos las
mujeres, los hombres, personas indígenas, niñas y niños, entre otros. El
feminismo no lucha sólo por las mujeres: lucha contra la desigualdad y
discriminación a las que estamos expuestas todas y todos.
Por eso,
y por la amistad y admiración que me une a todas las que hacen realidad esta
publicación de circulación menstrual (como bien dice la Ana), es que celebro
los seis años de vida de laCuerda. Sé y me consta que no ha sido fácil para
ellas mantener viva la revista. Porque este bello país en que vivimos está
lleno de gente cuadrada y retrógrada que le tiene miedo al poder de la palabra,
a la fuerza inmensa que tenemos las mujeres para luchar ante las dificultades,
para exigir, desde cualquier lugar en que nos encontremos, lo que nuestro
corazón siente que es justo.
Así que
¡feliz cumpleaños, cuerdas! Y sigamos dando cuerda...
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Consejo Editorial |
Anamaría Cofiño K. ~ Rosalinda Hernández Alarcón ~ Laura E.
Asturias ~ Paula Irene del Cid Vargas ~ María Eugenia Solís |
Invitadas especiales |
Anabella Acevedo Leal ~ Lucía Escobar ~ María Dolores Marroquín ~
Carmen Álvarez ~ Claudia Navas Dangel ~ Adelma Bercián |
Editora |
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Redacción |
Laura E. Asturias ~ Rosalinda Hernández Alarcón |
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reproducción de los contenidos... ¡¡siempre y cuando nos citen!! Suscripción local por 11 ejemplares al año:
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